«Sólo podemos ver poco del futuro, pero lo suficiente para darnos cuenta de que hay mucho que hacer».
En este pensamiento queda resumida la filosofía vital del inglés Alan Mathison Turing, (Maida Vale, 23 de junio de 1912 – Wilmslow, Cheshire, 7 de junio de 1954) el padre de la informática moderna, un visionario que logró asomarse al mañana trabajando incansablemente en un campo que en aquel momento apenas se podía considerar una disciplina, consolidándolo como una de las claves para el avance de la humanidad en los siglos venideros.
Durante 2012 se celebra en todo el mundo el Año Turing, coincidiendo con el centenario de su nacimiento. El objetivo de este evento es, al tiempo, poner de manifiesto la importancia de la aportación de este matemático y filósofo a las nuevas tecnologías y reivindicar la informática como disciplina científica, una visión de esta materia que Alan Turing ayudó a afianzar.
«El razonamiento matemático puede considerarse el ejercicio de una combinación de la intuición y el ingenio.» Alan Turing partió de las matemáticas para sentar las bases de la computación. En 1936 creó la llamada Máquina de Turing, un mecanismo en el que se inspiran todavía los ordenadores actuales y que introducía conceptos como el de la calculabilidad y el algoritmo, estableciendo los límites de lo que podía llegar a calcular un ordenador.
«Las máquinas me sorprenden con mucha frecuencia». A pesar de su sorpresa inicial, Turing no se dejó arredrar por la complejidad de la máquina Enigma, utilizada por el ejército nazi en sus comunicaciones. Su experiencia en la computación le llevó a trabajar como criptógrafo durante la Segunda Guerra Mundial, en la que contribuyó a descifrar los códigos que generaba Enigma. Según algunos historiadores, su trabajo ayudó a que la conflagración acabase antes y se salvaran miles de vidas.
«Podríamos esperar que, con el tiempo, las máquinas lleguen a competir con el hombre en todos los campos puramente intelectuales». Se le considera el padre de la Inteligencia Artificial porque en 1950, publicó en la revista Mind el artículo ‘Computing Machinery and Intelligence’ en el que vaticinaba que, en 50 años, existirían computadoras inteligentes capaces de adquirir conocimientos por sí mismas.
«Supuestamente el cerebro humano es algo parecido a una libreta que se adquiere en la papelería: muy poco mecanismo y muchas hojas en blanco.» Para Turing, el cerebro de los hombres era una máquina de la que no sabemos demasiado, pero una máquina al fin y al cabo. Por ello, razonó, su Máquina Universal, con el paso del tiempo, podría emular la mente humana.
Lamentablemente, Turing no vivió para comprobar la importantísima contribución que supuso su actividad al campo de la informática. Su carrera y su vida se vieron truncadas cuando, en 1952, fue condenado por su homosexualidad, que se negó a esconder y que era considerada por aquel entonces un delito en Inglaterra. Se le dio a escoger entre la castración química o la cárcel. Eligio la primera opción, pero sus consecuencias le conducirían al suicidio dos años más tarde, una muerte muy controvertida, pues su familia aseguró que el comer una manzana en la que había una dosis de cianuro había sido un accidente. El Año Turing servirá para rehabilitar sus contribuciones a la ciencia tanto como su persona. Alan Turing, en todos los aspectos de su vida, fue un adelantado a su tiempo.