Escuela Industriales

La prudencia en el camino a la “nueva normalidad”

Para alguno/as los cambios pueden resultar excesivamente lentos, para otro/as demasiado rápidos. Lo cierto es que cuando estamos en el ecuador de las fases por las que pasan los cambios y nos adentramos en la etapa de la aceptación, nos planteamos qué pasos dar ante esta nueva realidad que vivimos ya como inevitable. Da comienzo el periodo más duro: ante la irreversibilidad del cambio, tomamos conciencia de que ya no es posible continuar con lo que era nuestra vida, pero todavía no se ha asentado lo nuevo.

Iniciamos, o mejor dicho continuamos, un proceso de aprendizaje que requiere de nuestra capacidad para desaprender: identifiquemos qué es lo que hemos aprendido y tendemos a repetir pero que no es ni funcional ni adaptativo en este nuevo contexto. Se trata de ser lo suficientemente humildes para poder reconocer que necesitamos de  formas de actuación diferentes a lo que hemos realizado hasta ahora ya que nos encontramos en un entorno desconocido y novedoso. Es importante que elaboremos cuál es la nueva normalidad para nosotros y aceptemos que de momento ha venido para quedarse y que no vamos a regresar a nuestra vida “normal” del pasado. Volvemos a un mundo que no es igual que el que dejamos. Ha cambiado la vida de cómo la entendíamos antes, no va a ser lo mismo; lo pasado carece de sentido en el presente y desapegarnos del pasado nos ayuda, pese al anhelo que podemos sentir por el mismo. Como decía Alvin Toffler: “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir sino aquellos que no sepan desaprender».

En todo proceso de transformación experimentamos un abanico de emociones: nos sentimos descolocado/as, con preocupación, impaciencia, frustración, nostalgia, enfado, miedo, tristeza, ganas, frustración, expectativas, inseguridad, des/motivación, alegría, impotencia, des/ilusión, resignación, esperanza, … Esta montaña rusa emocional que experimentamos nos da información de cómo estamos y qué necesitamos. Es importante que encontremos la vía de liberar toda esta presión de este vaivén emocional; necesitamos descomprimir toda esta tensión que nos acompaña en cada proceso de cambio. Te animo a escuchar, aceptar y canalizar tus emociones para ponerlas al servicio de tus objetivos. Identifica tu “animómetro” como uno de los pilares fundamentales de tu fortaleza emocional ante la perpetua incertidumbre y los cambios venideros.

Mientras dura este torbellino de emociones que parecen no tener fecha de finalización, es posible que haya personas que se sienten desorientadas, con una crisis de confianza, una sensación de caos, habiendo llevado a cabo de forma prolongada un sobreesfuerzo durante meses para conciliar diferentes parcelas vitales (familia, trabajo/estudio, tareas de la casa, cuidado a mayores y/o menores, cuidado de nuestra salud…) … Todo este cansancio psicológico supone una merma de nuestra salud tanto mental como física. Vivimos un desgaste psíquico, emocional y afectivo del que precisamos reponernos. Necesitamos energía porque estamos ante una carrera de fondo y es fundamental que encontremos la forma de gestionar las reservas de nuestro combustible emocional.

Sumado a todo ello, la situación actual nos ha obligado a modificar nuestros hábitos de comportamiento en la forma de relacionarnos con los demás. La cultura española valora mucho la proximidad en las interacciones personales, la convivencia en espacios públicos, el contacto físico en nuestras manifestaciones de afecto. Debemos adaptarnos a nuevas formas de comunicación, sustituyendo viejos hábitos de relación e incorporando nuevos comportamientos. Es una oportunidad para reinventar nuestra manera de estar en el mundo y en la vida pública.

“Alcanzamos la capacidad de vivir en armonía cuando nuestra acción se equilibra con la reflexión y se fortalece con el silencio” son las palabras de la escritora y coach Miriam Subinara. Pero qué complicado poder reflexionar con calma en medio de tanto ruido emocional.

Ante la batalla que se libra eligiendo guiarnos por lo racional o lo instintivo, frente a la impulsividad y la irreflexión que puede llevarnos a conductas alocadas y actos desacertados, en situaciones en las que hay que reordenar y reorientar, creo que puede ser interesante que incorpores estas semanas la virtud de la prudencia. Las prisas nunca fueron buenas consejeras y es momento de tolerar la ansiedad de la espera y la postergación de la gratificación, y una vez más darle al botón del pause.

Ernesto San Gil, profesor universitario argentino, explicaba que “no es prudencia la cautela excesiva, ni la restricción autoimpuesta, ni la timidez, ni la complacencia ni la ausencia de espontaneidad. Tampoco es propia de una mente fría, calculadora  e individualista. La prudencia incorpora la convicción en la acción y no su ausencia”.

Etimológicamente la prudencia se entiende como la persona que mira delante de sí y ve por adelantado para tomar sus medidas. Los antiguos filósofos asociaban esta capacidad virtuosa con una sabiduría práctica para regular de manera conveniente y ordenada las acciones para llegar a un fin establecido. Se emplean como sinónimos los siguientes términos: sensatez, mesura, templanza, moderación, adecuación, precaución, cordura, ponderación, discreción, cautela, formalidad, reflexión, madurez, seriedad, lógica, buen juicio, sabiduría, discernimiento, aplomo, … Con cualquiera de estos matices, considero que puede ser una buena consejera.

Los cambios vienen acompañados de dificultades que demandan soluciones necesitadas de una reflexión activa y una visión a largo plazo. Una vez más, es momento de tomar decisiones e iniciar acciones nuevas: diseñemos formas diferentes de organizar y planificar, de seguir avanzando en nuestra vida. Ángel Luis Guillén, director del Centro Psicopartner, nos propone utilizar el filtro CARE para realizar las mejores elecciones del día a día y concentrarnos en aquellas acciones que sí podemos manejar:

  • Conservar: lo que puedes mantener porque sigue beneficiándote.
  • Aumentar: incrementar aquellas acciones que te permiten adaptarte mejor.
  • Reducir: lo que puedes seguir haciendo, pero estableciendo una limitación.
  • Eliminar: lo que tienes que quitar para adaptarte al nuevo contexto.

¿Qué te parece practicar estas cuatro iniciales en las próximas semanas?

Con el objetivo de preservar nuestro bienestar emocional en el proceso de aceptación de la realidad e ir recuperando un funcionamiento normalizado, te invito a contemplar decisiones ponderadas, responsables, cargadas de valentía y empuje y, a la vez y sobre todo, envueltas todas ellas de una buena dosis de prudencia.

¡Mucho ánimo y recuerda #AccionConReflexion!

Berenguela Monforte Sáenz
Unidad de Psicoterapia y Formación
Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales – UPM

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